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Es en la filosofía griega donde por primera vez aparece este concepto con relevancia filosófica y científica, y es con Aristóteles con quien adquiere su más elaborada síntesis.

En este artículo, nos vamos a centrar en la formulación y desarrolla que hace de este concepto el filósofo macedonio.


Introducción

Para designar a lo que nosotros conocemos como “causa”, los griegos emplearon el vocablo aitía, procedente del verbo aiteo, cuyo significado originario era el de “acusar” en el ámbito jurídico.

Sin embargo, la etimología no nos ilumina demasiado el sentido que luego alcanzó el término. En efecto, en el ámbito filosófico la palabra pasó de hacer referencia a una acusación, a expresar la producción o generación de algo a partir de algo. La noción de physis (naturaleza), y la preocupación de los primeros filósofos por descubrir su arjé (su fundamento o principio), están en la base de la utilización del nuevo concepto. Es en el esfuerzo por conocer la realidad a través del lógos en donde nace la pregunta acerca de la causa, es decir, acerca de la razón de generación de las cosas.

No obstante, el propio Aristóteles ha hecho notar que los presocráticos, si bien fueron los primeros que estudiaron el concepto de causa, no lo analizaron a fondo. Cada uno, en función de su planteamiento filosófico, se centró en un tipo de causas o en otro. Lo más lejos que llegaron fue a definir dos tipos de causas (una material y otra del movimiento), o incluso a diferenciar, como hizo Empédocles, entre dos causas diversas del movimiento: Amor y Odio.

Por su parte, Platón llegó a una formulación madura del principio de causalidad al defender que cuanto llega a ser tiene una causa. Asimismo, dividió dos niveles de causalidad: el sensible, donde actúan las causas del movimiento o eficientes; y el inteligible, de las ideas o causas ejemplares de todas las cosas. Estas últimas serían las más importantes, y causas de todas las cosas sensibles.


La cuádruple división de la causa en Aristóteles

Para Aristóteles, ni unos ni otros llegaron a una verdadera ciencia de las causas (etiología), aunque él mismo en el libro primero de la Metafísica, cimienta su opinión sobre la autoridad de sus predecesores. A su juicio, el problema fue que los presocráticos no hablaron sino confusamente de la noción de esencia y substancia. Platón y los académicos lo hicieron, pero no sin separar demasiado las causas ejemplares, de las sensibles. Aristóteles cuestionará en este punto la filosofía de su maestro:

“Pero lo que con más perplejidad se preguntaría uno es qué aportan las Especies de los entes sensibles, tanto a los eternos como a los que se generan y corrompen; pues no causan en ellos ni movimiento ni ningún cambio.”

El planteamiento aristotélico va a ser mucho más profundo en este punto. Y no solo porque estudie varios tipos de causas, sino también porque su noción de causa va a estar en íntima conexión con el resto de su filosofía, como piedra angular de todo su planteamiento teórico. En efecto, Aristóteles considera que es necesario conocer la causa para que haya ciencia. Por ello, en el ámbito de la metafísica, serán las causas primeras las que nos darán el conocimiento último de las cosas, pues “la Sabiduría busca las causas de las cosas”.

Para proceder, por tanto, en el conocimiento filosófico, Aristóteles hace una taxonomía de la causa. Es ya célebre su división de las causas en cuatro tipos:

  • La causa material: es la causa de la cual algo surge, se genera.
  • La causa eficiente: principio del cambio o causa del movimiento.
  • La causa formal: es la causa paradigmática, o de la forma de ser del ente.
  • La causa final: el fin de la cosa, aquello a lo que el ente tiende.

Pero leamos lo que dice el propio Aristóteles

"En este sentido, se dice que es causa aquel constitutivo interno de lo que algo está hecho, como por ejemplo, el bronce respecto de la estatua o la plata respecto de la copa, y los géneros del bronce y de la plata.

En otro sentido es la forma o modelo, esto es, la definición de la esencia y sus géneros (como la causa de una octava es la relación del dos al uno, y en general el número), y las partes de la definición.

En otro sentido es el principio primero de donde proviene el cambio o el reposo, como el que quiere algo es causa, como es también causa el padre respecto de su hijo, y en general el que hace algo respecto de lo hecho, y lo que hace cambiar algo respecto de lo cambiado. Y en otro sentido causa es el fin, esto es, aquello para lo cual es algo, por ejemplo, el pasear respecto de la salud. Pues ¿por qué paseamos? A lo que respondemos: para estar sanos, y al decir esto creemos haber indicado la causa. (...) Todas estas cosas son para un fin, y se diferencian entre sí en que unas son actividades y otros instrumentos”.


La causalidad en la metafísica aristotélica

Cabe recordar que la doctrina de la causa en Aristóteles no es una mera descripción o división. Juega un papel vertebral en su metafísica. Pero para valorar este hecho hay que percatarse de la diferencia del concepto de causa en la antigüedad con relación a la mecánica actual. En efecto, la causalidad en el mundo clásico (y en Aristóteles en particular) no se reducía a una relación lineal entre la causa y el efecto, al golpe de una bola de billar con otra, como ejemplificó Hume en su famosa crítica. Antes bien, como ha advertido Zubiri, la preocupación del Estagirita radicaba en la propia substancia. La causalidad no era una relación entre un hecho A y uno B, sino el propio ser de la substancia, en cuanto principio de modificaciones.

Son bien conocidos los demás pasos de la metafísica aristotélica. De su doctrina ontológica acerca de las substancias, y de su capacidad como sujeto de los cambios (esto es, como principio de las modificaciones), el filósofo griego va a derivar su planteamiento teológico: a partir de las substancias, Aristóteles va a defender la existencia de un Motor Inmóvil, causa final de todo lo que es, que causa en cuanto referente perfecto de toda substancia.


Conclusión

La historia de la filosofía heredará de Aristóteles esta sutil clasificación de la causa, así como toda la física y metafísica que la acompaña. Tendrá especial vigencia en la filosofía medieval, tanto en el occidente cristiano, como en el mundo árabe, sobre todo por su potencialidad para prestar su apoyo racional a las cosmovisiones monoteístas.

Con la edad moderna este modelo de la causalidad entra en crisis. Sería largo entrar aquí en su evolución. Baste con recordar dos hitos principales. El primero sería el nacimiento de la ciencia moderna, con el que la causa eficiente acaba por monopolizar completamente la causalidad, y relega principalmente a la causa final, que era un pilar básico de la filosofía clásica. El segundo sería la crítica de Hume al principio de causalidad que lo deja en una situación muy difícil. Tanto es así, que Kant lo considerará, para rescatarlo, como una forma de nuestro entendimiento, quitándole así toda huella de realismo.

No obstante, y a pesar de todos estos vaivenes filosóficos, cabe afirmar que la contribución aristotélica al pensamiento filosófico y científico a través tanto de su cuádruple división causal, como de su esfuerzo por alcanzar un conocimiento cierto de las cosas atendiendo a sus causas, no es en modo alguno pequeña o trivial. Muy al contrario, ha sido un hito fundamental en la historia de la búsqueda de la verdad.

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